miércoles, 2 de octubre de 2013

Elefantitis.



Todas las mañanas que pertenecen y forman parte de la cuenta regresiva hacia fin de año, el mundo, dios, Alí Babá o quien sabe quién, libera una manada de elefantes gigantes que se posan sobre los humanos un minuto antes de que suene el despertador. Algunos científicos no tan agnósticos creen y certifican que el fenómeno ocurre a modo de venganza de parte de estos bichos gigantes por tantos años de maltrato y por haber usado sus espaldas a modo de carruaje para transportar personas y maletas pesadísimas. Como sea, el humano poseedor de este elefante sobre su espalda, al sonar el despertador, estira la mano con los ojos hinchados y todavía cerrados, la boca seca o muy babeada, y a través de manotasos secos logra desactivar la bomba que implica el comienzo del día, o el comienzo de su propio día, entonces cuando quiere levantarse siente ese enorme peso en su dorso que le impide hacer un mínimo movimiento, y es ahí cuando comienza la lucha entre el humano y el terco elefante que no está dispuesto a moverse ni medio centímetro. Como todo humano perseverante, lucha a través de palabras mentales, (porque los elefantes se comunican con nosotros por vía mental), diciéndole que por favor se quite dos segundos, que luego tendrá toda la cama para él solo. El elefante le comenta que su misión es permanecer en ese sitio hasta que se le dé la gana. A veces el humano desiste y el elefante le rocía un poco de polvo 'cinco minutos más' y se queda dormido. Cuando vuelve a abrir los ojos se da cuenta que pasaron treinta minutos y con una fuerza sobrenatural logra disipar el peso y saltar de la cama al mismo tiempo que el elefante se ríe en su propia cara. Ya de mal humor y apurado, el humano se viste y se va a hacer sus tareas sin siquiera tener la posibilidad de probar un bocado de lo que pudo haber sido un desayuno perfecto si ese mal llamado paquidermo no hubiera sido tan obediente de ejercer a la perfección su tarea engorrosa arruina mañanas.
Pero si lo evaluamos desde una visión panorámica, y comparamos la vida de otros humanos en relación a estos mamíferos placentarios, quizá nos demos cuenta que poseer uno solo es una gracia divina. Hay humanos que poseen sobre sus espaldas una familia entera de elefantes, humanos que se levantan con un papá elefante, una mamá elefante y uno o dos hijos elefantitos; esos humanos son los que más sufren, porque acarrear con uno ya es trabajoso, pero al fin y al cabo uno puede desviar el peso y conseguir levantarse de la cama, tarde, pero seguro, al contrario de estos pobres bípedos que se levantan con toda una manada es su espalda, donde casi la totalidad no logra sacar ventaja ante la lucha y queda postrado en su manantial de sábanas doradas por el polvo 'cinco minutos más', dejando de lado todas las tareas previstas para esa mañana para unas cuatro o cinco horas más tarde. A estas familias de gigantes se las suele premiar con más polvos con más graduaciones temporarias para que sus trabajos sean ejercidos con mayor eficacia, lo que genera un trastorno para el humano que conviva con ellos. Ni hablar si esa manada se encuentra en el periodo reproductivo.
Ahora yo quisiera cortar la calle Colón, a la altura en que cruza con General Paz y generar una manifestación, pidiéndole a quien sea que corresponda, que verifique la idea de poder mandar a estos elefantes un poco antes del sonido catastrófico del despertador, quizá podrían mandarlos, como sugerencia, en el momento en que decidimos que el día ha terminado y apoyamos nuestras cabezas en la almohada. De esta forma ellos llegarían para asegurarse de que los humanos no suframos de insomnio ni de ninguna patología relacionada con las horas de sueño, y así cumplido su trabajo podrían despedirse de nuestras espaldas justo en el momento en que se escuche la señal acústica de la mañana. Así su trabajo sería más certero y menos trágico para nuestras obligaciones cotidianas.
Yo no sé con quien habrá que hablar para cambiar esta modalidad que comienza a ejercerse en cierta época del año, esa época en la que necesitamos tener los radares más atentos y no más dormidos como plantea este universo. Espero que el día que se extingan estos elefantes voladores no caiga sobre nosotros la venganza de los caballos de carga, reemplazando la vieja tarea de los mamíferos que alguna vez sostuvieron el mundo.

Por lo pronto, los que quieran sumarse a la manifestación pueden contar conmigo ineludiblemente, solo deben venir a sacar esta horda de familias que tengo en la espalda  que hace cuatro días que no me deja levantar.